lunes, 5 de septiembre de 2011

LAS AUSENCIAS DEL TIEMPO

Basta una silla vacía, una foto inacabada y ausente, un viejo recuerdo... para notar una ausencia.

El tiempo pasa y es mentira que pone cada cosa en su sitio. Las cosas no responden, no sienten, no vibran, apenas hablan o susurran, las cosas no son personas, y como tal tienen poco derecho a réplica, a expresar aquello que fué la realidad y no una burda mentira.

Si el tiempo pasa y transcurre es porque somos consciente de ello. Basta un nudo en la garganta y un pañuelo en los ojos para sentirse eterno del tiempo, libre de sus cadenas... también basta el olvido, aquello que dejamos atrás porque no queremos recordar, ya sea porque lo hemos olvidado, obviado o escondido. De cualquiera de estas maneras, forzando la realidad a aceptar el día a día, siempre queda un poso, un "algo" extraño y sin sentido que hace preguntarnos dudas que jamás tendrán respuesta.

Las cosas cambian, eso sí. Y los sentimientos también. Las canciones, las películas, los amores... incluso las risas hallan nuevos territorios por conquistar, espacios vírgenes e inmaculados que nos recuerdan el poder de lo nuevo, de lo inadvertido, de la incertidumbre pura y cristalina de aquello que no es futuro, y puesto que no es futuro, sino presente, ya es posible, el posible del todo, sin pensar apenas en el NADA.

Puesto que la NADA en el presente aún no ha sido, nos esforzamos en crear nuevos espacios y sonidos con la configuración sentimental de nuestra imagen y semejanza. Si Dios nos creo a nosotros, nosotros creamos a DIOS, y ese DIOS que se ve pero no se siente se esconde repentinamente en una risa fugitiva, un beso a media voz, un escalofrío breve pero intenso que nos transmite la enorme sensación de estar vivos.

La ausencia de todo es la pena de la nada. Con el tiempo aprendes a aceptar que las derrotas llevan tatuajes de victoria, y que sólo el tiempo, los segundos, las horas que no cuentas ni padeces, son los únicos compañeros y jueces que certificarán que los dolores han pasado, que el sufrimiento ha dado paso a la indolencia... y la indolencia, aquello que no se siente ni padece, es la victoria entre tu yo débil y tu yo fuerte, aquel que poco a poco se va configurando, a fuerza de grandes tormentas, llantos silenciosos... y noches en blanco.

Noches en blanco, calles vacías, risas lejanas, olor a tabaco y alcohol... ¿que territorios extraños y sin sentido puede un hombre aventurar entre la niebla de un tiempo perdido? Un tiempo que se fué y que ahora no es nada, sino pasto de las llamas, o del recuerdo literato, aquel recuerdo que se dramatiza con la intención de volver a sentir aquello que yace muerto y enterrado para siempre.

Fueron muchos los cigarrillos y algunos los labios. Fueron noches de vigilia y mañanas de esperanza. Fueron mediodías de rencor y tardes de silencio. Al caer de nuevo la noche, el círculo místico y quimérico de nuevo empezaba su danza, así una y otra vez, hasta que el cuerpo, cansado y malherido, volvía con el recuerdo y la insistencia de un "parar" perpetuo.

Pero la paz llega, siempre aparece cuando menos te lo esperas. Y de pronto todo deja de ser una película para convertirse en un poema. La diferencia entre una película y un poema es la siguiente; la película está hecha por otros, pero la vives tu, el poema está hecho por uno mismo pero necesita de otras personas para ser verdad. Dicha aquí la diferencia ¿cual de las dos formas de amar se acerca más al prójimo?

Desvarios de una noche de septiembre donde el sueño me ha dejado colgado.




No hay comentarios: