Siento la ausencia de Wendy por mis cuatros costados.
De vez en cuando miro a mi alrededor, y pienso que aún está a mi lado, cerca... que me toma de la mano y sonríe con esa boca preciosa que encierra besos, hermosas risas... ojos grandes y vivos de esos que tanto me gustan, que dejan ver un fondo eterno e inmenso, con secretos por revelar, con palabras que son versos... Unos ojos que me tienen atrapado en un sueño maravilloso del que no puedo (ni quiero) despertar.
Pienso que hará cada hora, cada minuto... si estará pensando, como yo en ese mismo momento, en unir nuestras manos... en hablar sobre cientos de cosas que nos acercan cada día más... si escuchando tal o cual canción recordará mis palabras y mi aliento como yo recuerdo el suyo.
Sentir su ausencia certifica que todo es verdad. Me sorprendo a mi mismo añorando su persona con una calma inusítada en estos casos... con la certeza de saber que ella me espera igual que yo la espero a ella, sabiendo de antemano que nuestros caminos se han cruzado en el momento justo... cuando dos aventureros se han cansado de buscar el Santo Grial más allá de las estrellas... habiendo caído en la cuenta de que el Santo Grial, aquello que soñaron tantas veces, está en la tierra, cerca... en mis ojos... en los suyos... en los rincones y calles que nos han visto pasear... y amarnos de la manera que se aman dos personas cuando tienen claro que el destino es uno... y no cientos.
Su voz se hace canción al otro lado de la línea. Sus buenos días son mi bendición. Sus buenas noches mi oración. Sus encuentros, sus idas, sus venidas... mis encuentros, mis idas, mis venidas... lo que nos une, aún en la distancia... cuando los días pasan lentos, ansiosos por vernos, con el nerviosismo de niños pequeños que esperan la noche de reyes, es conocer que en ella... a partir de ella, todo es posible.
Su cuerpo es nítido en la realidad y en mi recuerdo. Sus brazos abrazan mi cuerpo con la fuerza de aquello que no hace daño, sino con la fuerza de aquello que libera, que da libertad... que quita miedo y posesión... y da poder y gloria... la gloria de sabernos uno en el otro... dos en uno... uno en dos... dos; ella y yo.
Que su antídoto borra malas experiencias, recuerdos trasnochados... miedos infundados en creer que nunca jamás, este poeta loco, volvería a amar... que su amor es diferente... mayor... seguro, fuerte... recto... sin sobresaltos... confianza.... que no es ciega... no hace falta... pues ni ella ni yo llevamos vendas en los ojos... esas vendas que ciegan y anulan el sentido y la personalidad del otro.
Su cintura en mis manos... y la brisa de Barcelona dándonos en el rostro.... viajando de cena en cena, con olores y sabores diferentes, confiando y confirmando aquello que los dos, y sólo los dos sabemos desde hace una eternidad; esto de cruzarnos solo era cuestión de tiempo... de matemática pura... de fe y destino... todo lo bueno viene sin que apenas lo esperemos... y todo lo bueno se queda cuando se sabe aprovechar... sabiendo que, aquello que se tiene, de tanto desearlo... no es cuestión de vender al mejor postor... sino de aprovechar... de afianzar bajo el terreno de un juego que ya, gracias a Dios, no es juego ni partida, sino placer... placer de amar, placer de querer, placer de una amistad que se hace grande.
Tu ausencia me hace saber que nunca, jamás... en ningún momento de mi vida, algo estuvo tan claro para mi.
Te quiero.
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Hace 6 años
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