lunes, 28 de junio de 2010

El sueño del Estornino

Hace tres semanas soñé con algo extraño y maravilloso.

Paseaba por las calles de una ciudad atestada de gente. A mi lado un carril inmenso por donde circulaban muchos vehículos, todos ellos a una velocidad vertiginosa. Acompañaba a este escenario una serie de ruidos y sonidos típicos de las grandes urbes; sonido de claxóns, gente que hablaba o gritaba, sirenas de coches de policía...

Yo observaba el ambiente detenidamente, cada detalle era captado por mis ojos, y mi vista viajaba a la velocidad del rayo, ocupada en ojear cualquier detalle que estuviera ocurriendo en ese mismo instante.

De pronto un pájaro, un Estornino para ser más exacto, aparecía volando entre los coches y la gente... Con un vuelo suave pero fuerte, un movimiento elegante y a la vez contenido... se paseaba por entre los edificios y los árboles hasta que, sin previo aviso, fué a posarse sobre uno de estos árboles.

Yo estaba mirando el vuelo de este pájaro desde que volaba hasta que se posaba sobre una rama, y durante todo este instante, los coches, las personas, los sonidos, eran percibidos a cámara lenta... todo lo ajeno al pájaro y a mi se volvía desenfocado y borroso...

Una vez posado el pájaro en la rama, lo miraba detenidamente... Y de pronto el escenario de mi sueño cambió; ahora estaba sobre el mar, un mar relajado y azul, rebosante de rayos de sol que se veían reflejados en la superficie... y para mi sorpresa di un par de pasos dándome cuenta al instante que tenía el poder de caminar sobre las aguas. Así que durante un tiempo anduve caminando sin miedo, con toda la calma del mundo, por unas aguas duras y a la vez flexibles...

Al cabo de un momento observé que a poca distancia, sobre el mar, también perfectamente de pie, el estornino me estaba mirando... Sus ojos pequeños y atentos no apartaban la vista de mi cuerpo. Yo lo mire.... me quede inmovil.... y el estornino comenzó a cantar. Era un canto dulce y constante... una melodía extraña y sin sentido que en mis oídos sonaba como una hermosa canción... Continué caminando hasta que, a poca distancia del estornino, este vino a posarse sobre mis hombros... y una vez allí, siguió cantando.

El mar seguia en calma. Un mar duro, como el asfalto que pisamos cada día cuando paseamos por las calles de nuestras ciudades.

No tenía miedo.

Estaba feliz y tranquilo.

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