martes, 17 de marzo de 2009

EN LA NOCHE ETERNA

Lo peor es la noche. - Se decía a sí mismo mientras estaba a punto de acostarse. - Cuando las voces callan y empieza el rumor de tu conciencia. Entonces te encuentras solo, ya no tienes escapatoria... De nada sirven los consejos que te han dado, ni siquiera los ánimos guardados para momentos cómo el que se presenta; la verdad, frente a ti, tal y cómo la habías imaginado. Cierras los ojos, apretados fuertemente contra la almohada, y entonces ella aparece en todo su esplendor, cruel para revelarte los secretos que durante mucho tiempo yacieron bajo tu alma. Al principio tienes fé de que su presencia se alejará lentamente de ti, pero poco a poco, aún con el corazón aturdido por el rumor de sus alas batidas, ella comienza a hablarte y te dice solamente la verdad. Aquella verdad que durante las horas del día has ignorado completamente. Aquella verdad que se aferra a ti con la tranquilidad que se aferra una enfermedad mortal en tu organismo, dejándote tiempo para pensar que estás sano y que la muerte, aunque existe, no entra dentro de tus planes más próximos. Ella está desnuda, y se desplaza sobre un suelo hetéreo que te hace marear a cada paso. Se acerca a tu boca y allí, frente a frente, te escupe toda la verdad. La que duele y la que no. La que molesta y la que no. La que da aliento y la que te lo quita suvamente, sin apenas darte cuenta, bajo rayos de esperanzas certeras que disimulan tu condición de perdedor. Porque ella, sólo ella, con sus labios, sus ojos, sus brazos tranquilos y amorosos te habla de aquel sentimiento que durante el dia sólo has guardado para aquellos momentos donde la vida en general te dejaba un poco de cuartel. Y ahora, noche a noche, frente a frente, esa verdad, esa mujer que se esconde y aparece en todas las partes, en todos los rincones, en todas las aceras, te dice que ella y solamente ella, por los siglos de tu vida, es la verdad. Que el verbo empieza en ella y termina en ella. Que el rencor empieza en ella y termina en ella. Que todo lo que jamás viste, ni quizás imaginaste, empieza en ella y termina en ella. Y su voz es dura, áspera, suave por momentos, y te abraza cual nudo marinero apretándo fuertemente el cabo de un barco que quiere huir a la deriva. Pero tu ya estás preso. En realidad llevas preso mucho tiempo. Desde que tus ojos y sus ojos se miraron; en ese momento en el cual tu prometiste amor eterno, y ella se tomo la libertad de saber que, lo fingieras o no, amor eterno tendrías, una amor eterno que va y viene, que te llena de dolor sin saber que aquel dolor, olvidado por el tiempo, por los espacios y las mentes nuevas que te sedujeron, siempre vuelve para recordarte aquella promesa de compromiso que hace mucho, en el alba de tu tiempo, hisciste a una mujer. Y el sueño, a duras penas, vence tu consciencia... Pero no es sueño, quizás es pesadilla. La pesadilla de saber que ella y no otra será la que siempre se acueste a tu lado. Aún sabiendo que ella y no otra está lejana de ti, lejana de un espacio dónde el sentir único se ha ido para no volver nunca más. Y entonces ella, la verdad, esa mujer, se queda contigo para siempre... Y es la misma cuando es diferente. Pues tus ojos verdaderos visualizan enseguida que esta nueva, la de ayer, la de todos los días, no es sino espejo de la mujer que de verdad siempre ha sido. Y sus vestidos nuevos ya no son nuevos, sino recuerdos. Y sus maneras nuevas, ya no son maneras nuevas, sino recuerdos. Y todo lo que empieza, sea donde sea, siempre lleva el mismo perfume. El perfume de aquel desamor que se olvidó de ti... Cuando tú, en realidad, jamás pudiste olvidar la otra verdad que no es verdad, sino verdad fingida y condicionada por una realidad que, lo quieras o no, has de soportar para poder sobrevivir.

Y cada noche, por rutina, como siempre, a la misma hora... Él se dejaba vencer por el mismo sueño. Un sueño que no era sueño, sino muerte. Pues la verdad, la verdad que el deseaba con todas sus fuerzas, le había recordado, por una noche más, que no estaba hecha para él.

("El naufrago urbano").



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