martes, 31 de enero de 2012

Hoy

Hace 7 años me pasaba las tardes entre las cuatro paredes de la Escuela de Arte Dramático. Había clases que me encantaban, otras no tanto, pero daba igual... ero lo único que tenía que hacer. Me despertaba al mediodía, comía, pillaba el autobús, me tomaba algo en el bar de Diego (fente a la escuela), y a las cuatro de la tarde entraba a clases, y no salía hasta las diez.

De jueves a sábado estaba de marcha. O sea, después de las clases, a eso de las diez, ni pasaba por casa. Dejábamos las carteras y las mochilas en casa de algún amigo y nos íbamos a tomar copas al centro.

Pensaba que mi vida era lo más. Apenas me costaba trabajo estudiar y hacer los trabajos, estaba formándome en lo que me apasionaba y encima no dejaba de conocer gente interesante tanto en la escuela, como fuera de ella, por las noches, cuando todos recorríamos el centro de bar en bar, hasta las tantas de la mañana.

Llevo días pensando y ahora sé que dejé de estudiar porque al final terminé aburriéndome de esa vida. Al final no conocía a tanta gente interesante, muchos de los profesores eran un coñazo... y no me apatecía tener que estar 6 horas al día en una escuela donde día tras día me sentía menospreciado por algunos docentes que no permitían ningún tipo de cuestionamiento sobre las materias (y modos de enseñanza), que impartían.

Llegó un momento en el cual pensé que todas esas horas de estudio, de marcha y de cafés estaban quitándole tiempo a lo que podía ser mi vida profesional. Y entonces, sopesándolo mucho, tuve que tomar una decisión.

A día de hoy tengo que decir que no me arrepiento. De vez en cuando me pagan por lo que hago, tengo un corto terminado que ha estado en muchos festivales, dos más en pre-producción, no tengo que aguantar a ningún "profesor" de turno que me dice esto se hace así o esto no se hace así... y encima, cuando me encuentro con algún petardo, simplemente tengo que mandarlo a la mierda, ya que al no tener que convivir con él entre cuatro paredes, pues eso... adiós muy buenas.

El otro día un ex compañero de la escuela me preguntó que si no añoraba estos tiempos; por supuesto le dije que SI, ¿Quién no es capaz de añorar su época de estudiante universitario, cuando la ciudad era para uno mismo, cuando no había obligaciones y todo era vivir el día a día. Este compañero también me pregunto, ¿volverías? Mi respuesta fué tajante; ni por todo el oro del mundo querría perder lo que tengo ahora para volver a lo que tuve antes. No. Definitivamente, ni loco.

Es más, de haberlo sabido antes no me hubiese matriculado en arte dramático, simplemente me hubiese puesto a currar en esto mucho antes, o al menos a intenterlo, sin tener miedo ni presión porque me faltaba formación.

¿Por qué este post? Pues porque estos días estoy trabajando en casa, escribiendo el tratamiento de un guión cinematográfico (que me han pagado¡¡¡), y cada vez que me siento en la mesa de trabajo sólo puedo repetirme a mi mismo una cosa; tengo mucha suerte, estoy haciendo lo que me gusta, y encima me pagan por ello.

Ni en mis mejores tiempos me hubiese podido imaginar que cierta parte de la felicidad consistía en eso; en escribir en pijama, en escribir fumando, en escribir haciendo lo que te gusta, sin preocuparte de nada más que no sea entregar un buen trabajo... y sobre todo, de saber y entender que si has conseguido ese trabajo es porque ya has dado un paso más allá; ahora aprecian mi manera de hacer las cosas. Ya no tengo que defenderme ante nadie, al menos no haciendo este trabajo.

Hace siete años, mientras algún profesor daba explicaciones del temario, yo miraba por la ventana de la clase, al exterior... y me preguntaba, ¿qué estaré haciendo yo dentro de siete años?

Pues el post de hoy es la respuesta.

No hay comentarios: