LA NOCHE.

Son las 6:30 de la mañana y vuelvo a casa después de una noche de marcha.

Vuelvo solo. De nuevo.

Es lo que más me cuesta de mi recien adquirida independencia. La noche y estar solo en casa.

Es una sensación extraña.

No tienes a nadie a quién decir buenas noches... O lo peor de todo no tienes a nadie a quién tener a tu lado en la cama.

Hace apenas un año solía decir que odiaba dormir acompañado.

Un año más tarde digo todo lo contrario.

No, no esta mi casa echa para compañia pasajera y extraña... Pero de vez en cuando se echa en falta una respiración vecina... Un movimiento suave y nocturno que te haga notar que tu soledad, que a veces se hace grande, es empequeñecida por la noche.

Las noches en este lugar son extrañas... Aún no me acostumbro.

Silencio y ruido. Ruido y silencio. Cualquier silencio hace un estruendo atronador. Cualquier ruido se vuelve invisible, imperceptible... Quieto. Borrado.

Las horas pasan y no hay nada que hacer.

Uno a uno los minutos van pasando y te preguntas de que sirve una cama tan grande si tu corazón es tan pequeño.

Mucho espacio, poco aprovechado... Te regocijas en una esquina y poco a poco el sueño te vence hasta que un nuevo día te despierta sin que apenas hayas notado la ausencia de luz.

Y así mis noches van pasando... Solitarias, oscuras... Bohemias.

Echando de menos el calor de una compañia que, al menos, te haga sentir que la noche esta echa para dos.

No para uno solo.