viernes, 30 de abril de 2010

La certeza de existir.

Mi vida se ha detenido. Mirando alrededor me doy cuenta que todo sigue igual; las gentes con sus vidas, perfectamente fabricadas, atadas de cabo a rabo, con justos momentos de tristeza y alegría, nada destaca en ellas pues el rumbo marcado se trazó con silencio, ocultando el hierro martilleante que decide entre ser uno más, o pretender ser uno mismo.

Ser uno mismo tiene su precio. Decía la canción que el precio de ser feliz es sentirse blanco contra grís. Así que los días van pasando y las manchas de colores en el lienzo de tu existencia se van haciendo oscuras e indefinidas, ocultadas tras muros altos y vestustos, anclados en la verdad que es común, y no en la verdad que quema bajo la piel de aquel que únicamente se conoce; uno mismo.

En otros tiempos amé con la fuerza inimaginable de dejar a un lado el amor propio para forjar un amor en total acuerdo, de esos que avanzan equilibrados por el sendero de la calma. De aquellos cuyos sobresaltos se aguantan con palidez inusitada, estoica benevolencia, por que amar es aceptar lo que en otros tiempos fué denostado y odiado. Entender que uno más uno son dos, sin forzar restas décimales, números sueltos que quedan pendientes de un uso predeterminado.

Y ahora sé que amé tanto que ya no me amo ni a mi mismo. Que todos esos rostros cuyo sol fué mi verdad, han olvidado el temblar absurdo e infantil de mis besos a escondidas. Que esos cuerpos vivos durante un tiempo extenso, han olvidado la vida que yo les di. Y ahora, cuando solo, ajeno al pensar de las noches, olvidado el rencor y apaciguada el alma, no me queda mas remedio que cantar al cielo la devolución de un trozo de todo aquello que sin importancia ni méritos fuí capaz de dar.

Queda la esperanza o la fe de saber y entender que otro cuerpo y otro rostro, cuya mente aún mes es desconocida por los azares del tiempo, pueda ver en mí lo que yo ví en otras personas.

Y ese momento llegará, y ese día de regreso, mirada mesiánica de una esperanza que será confirmada al mismo sentir y respirar, podré dormir en silencio, en paz, sabiendo que la recompensa de mis días perdidos ha llegado para instalarse en una vida que, ironías del destino, se ha dejado de vivir.

"La certeza de existir".

Alberto Diez.



No hay comentarios: