domingo, 28 de diciembre de 2008

NOCHES DE HUMO.

Noches de humo. Son las noches que más adoro, que más me gustan, que más venero... No así sus mañanas, esas mañanas resacosas de tabaco y alcohol, donde tu cuerpo y tu mente se despiertan echas una mierda, y no sabes bien ni el tiempo que ha pasado, ni el espacio en el cual te mueves. Y esa resaca te dura hasta bien entrada la tarde, y el tiempo pasa lento, los segundos... Y te arrepientes de haber bebido y fumado tanto, y juras no volver a hacer lo mismo por el bien de tu salud... Pero las promesas, cómo debe ser para el bien de la bohemia y de la libertad, duran poco... Y entonces vuelven más noches, noches de humo.

Noches de humo. Un cigarrillo tras otro... Empalmando cada colilla apagada en el suelo o en el cenicero con otra colilla a la que prendes fuego. Y no paras de hablar. Te elevas a grados de máxima expresión verbal. Monólogos correspondidos con otros monólogos, sinceros... Y nace entonces el diálogo de dos almas nocturnas que han decidido realizar un alto en el camino para hablar de lo que todo el mundo conoce... Pero nadie se atreve a descifrar; tu misterio, el misterio del otro; la vida y la muerte... juntas y revueltas. El amor cómo piedra angular que se fué o que nunca se ha ido, sólo ha sido descuidada por el paso de la rutina, la rutina que nos hace a todos iguales, idénticos, con almas apresadas bajo la batuta de un director de orquesta que no toca un piano, sino un minutero absurdo y cojonero que te manda, te aprisiona... Te hace preso de aquello que solo el hombre ha inventado; el tiempo.

Noches de humo. De risas. De sonidos escuálidos y rápidos que crean una sinfonía nocturna que ni el mejor de los compositores puede crear; Ruido de pasos que van y vienen, de voces altas y bajas... De música lejana... De cubitos de hielo que se van derritiendo poco a poco en vasos que no solo consumen tu alcohol, sino también tus vivencias. Ruido también de silencios dramáticos, pero no intencionados ni medidos, donde tu mirada encuentra otro mirar... Y poco a poco se va ejercitando un ritual que nace del fondo de lo que somos...Y no de lo que queremos ser. Segundos eternos donde una mirada dice más que mil palabras... Y es que los movimientos, el momento, la luz... La esencia de todo lo que se nota pero no se ve, hace todo el trabajo que las palabras sólo intentan esconder bajo el peso de unas letras cuyas tintas ya están secas.

Y cómo una novela o un relato de Paul Auster, dos cuerpos se encuentran durante unos minutos.. Quizás media hora... O una. Y es un ejercicio de amor hermosamente egoista porque no tienes que pensar por nadie, por la otra persona... Ni siquiera por ti mismo. Y voy y vengo por unos riñones... Y van y vienen por las piernas... Y nos perdermos. Se pierden. Pero nos volvemos a encontrar. Se encuentran. Cómo viejos conocidos a los que el tiempo del olvido ha dado una tregua que hay que aprovechar al máximo.

Y luego el fín. Pero otro cigarrillo... Este a medias. Buscando cuartelillo, cómo dice la canción de Serrat... Y este cigarrillo sabe a gloria divina, a Dios bajado de las alturas para instaurar la más dulce de las anarquias dictatoriales que han de ser y serán por los siglos de los siglos de tu memoria, tu pequeña memoria que cada día se hace más grande, más libre... Pero quízás también más esquiva, menos virginal... Más física y consistente que la que tenías hace un par de años, tres... Una vida entera.

Y toda noche de humo trae un amanecer. Un quiero y no puedo, de deseos expresados y verdades escondidas, contenidas... Y ya es demasiado tarde para empezar de nuevo... Pues la noche tiene cosas de noche, y el día tiene cosas de día. La nochey el día no son complementarios cómo todo el mundo dice; la noche y el día son opuestos, las dos caras de dos moneda distintas y que nunca se han encontrado en el mismo monedero... La noche y el día son sueños y realidad, vida y muerte... Alegría y tristeza... Tú, verdad... El otro, mentira.

Y justo cuando pensabas haber olvidado tu última noche de humo... Viene otra y luego otra... Y tu memoria ya no es memoria, sino recuerdo e historia. Y todas se agolpan en tu ser y en tu cuerpo cómo un guión cineatográfico que desea ser plasmado, fotografiado a 24 fotogramas por segundo... Justo el tiempo que transcurre entre tu última noche de humo y la siguiente que te dispones a vivir para siempre, por siempre... Cueste lo que cuesta.

Y los poetas modernos ya no escriben al amor, ni al viento... Si no al asfalto, a los ojos grises, a los desnudos atropellados y veloces... Y los poetas modernos están en todas partes. Bajo tu cama, dentro de tu abrigo... En esa canción ridícula y absurda que tantas veces te arrepientes de haber escuchado. Y los poetas modernos ya no tienen el don de la eterna juventud, del verso leido saboreando cual copa de vino viejo y añejo, sino que las palabras, las palabras de estos poetas modernos se consumen rápidamente... Y duran lo que dura un cigarrillo a media luz... En la calle. En una discoteca... En un bar... En una cama ajena.

Poetas modernos. Ellos sí que tienen la verdad.

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